Marañón tiene una concepción de la persona próxima al personalismo comunitario. En primer lugar, entiende la persona como un ser encarnado, en el que sus dimensiones biológica e histórica son constitutivas. De ahí que, a la hora de afrontar el análisis histórico de un personaje, utilice técnicas que recuerdan, en su esquema, a una historia clínica (recuérdese, por ejemplo, Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo). Lo corporal y sus determinaciones (edad, sexo, complexión, etc.) son tan propios del ser personal como su temperamento o afectividad. Los mismos ensayos de Marañón en los que estudia las bases fisiológicas y químicas de la emoción dan fe de esta unidad psicosomática propia del ser personal. En segundo lugar, afirma que lo propio del ser personal, lo que establece su identidad más profunda, es su vocación, otro de los elementos clave en la concepción de la persona en autores como Mounier, Buber o Zubiri. Y, a su vez, la cumbre de la vocación es, para Marañón, la vocación del amor, entendido como "ofrecer la vida para algo", en tanto que actitud definitoria de la persona. En tercer lugar, la vocación remite a los otros: estar vocacionado es estar orientado donativamente hacia otros. Por ello, las actitudes éticas fundamentales para Marañón son actitudes que remiten a otros: comprensión, tolerancia. De ahí también su preocupación por la tarea docente. Desde estas claves, Gregorio Marañón desarrolló su polígrafa obra y, de modo apasionado, su tarea de ser persona.
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